Querido David,
a veces, cuando te pienso y me pienso al mismo tiempo, me pregunto qué de todas mis partes odiarías más, cuál de todas mis rutinas, mis frases y mis repeticiones. Si serían todas las veces que me quejo al aire de la espalda para redescubrir que es la almohada que acto seguido se me olvida de nuevo cambiar; si serían los cigarrillos, los cafés o todos ellos sin que le falte el uno al otro; las salidas, las entradas y los cambios de planes al instante, o que pase por el salón como una ventolera que no acabando de entrar siempre se esta yendo.
Algunas, no muchas veces, me he preguntado qué parte de mi realidad que no conoces te resultaría insoportable a parte da la propia realidad que pudiera suponerte. No se, querido David, cómo podría ser que un día me realizase y que un día tú dejaras de ser esta parte de mi vida construida de palabras precedentes en todo, precedidas al final por nada y sin final de ninguna clase, tan reales como pocas cosas en mi vida. Tu eres al final sin ser nada, y a veces te pienso y tan siquiera entiendo porqué me parece tan normal.
Que una vez más no vayamos a encontrarnos, sin extrañarme empieza a parecerme raro.
Lo que son las cosas.